EL ÚLTIMO CAFÉ

Publicado en por Corrección de textos literarios y traducciones

Te pregunté si tenías estrellas en tu casa para consumirlas con la vista mientras nos preparábamos para asaltar las sillas del teatro.
Tu respuesta fue extraña. No dijiste palabra, solo me sembraste un beso y un rayo de metal acelerado hizo nido bajo el ala mineral de mi vida.
Con mi edad, -una de ellas digo-, vagué por la aldea de la gorda menguante. Pasee por su playa de telaraña y como no, cada noche sembré estrellas. Como quien cosechaba quimeras y como quien desayuna en horas sagradas, me diste otro beso.
Es en la playa donde a las rebeldías las dejo caer y cuando tu escote se hace memoria, nace mi vocación de mar y se mezcla con el sonido de un bandoneón.
En ese acto surge del zarzal el fuego que me consume con dedicación exclusiva.
Cuando en el juzgado de los escualos las guadañas se retroalimentan de esta soledad, se mezclan las lecciones, los silencios, las nociones perdidas, las naciones de mis espaldas, los pétalos de rosas, el amarillo del sol, las semillas de los girasoles apasionados por la noche, tú, yo amanecemos confundidos…
Es obstinada esta presencia tuya en mí. Es desmedido cuánto te extraño y cuánto añoro tu voz.
El letargo pasó y ya es causa de llanto, de grito, de golpe en la pared…
Salen llamas desde la fragua encolerizada. No entiendo con cuantos terrones de azúcar se formaron los kilómetros que nos separan; no entiendo de aguas, de nubes y aires iniciados a gatear.
No veo la razón de tal miseria y no me río cuando sé que tus días son parecidos a los míos.
Tengo risas colgadas en las perchas del guardarropas, tengo los huesos hechos a tu medida, tengo los viernes y los demás lustros en los cajones de tu mesilla.
Cuando entro al cuarto que vacío sigue de tu figura viva, entro, dejo mi alma, marcho con la soledad bajo el brazo y espero beber el último café.
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